UN PERRO ES PARA TODA LA VIDA
Era Nochebuena en la granja de cachorros, pero no lo parecía. No había decoraciones, ni regalos, ni amor, sólo la crueldad y la miseria habituales. Las jaulas estaban llenas de perros acurrucados juntos en la oscuridad.
Un hombre agarró a uno de los cachorros de Boxer, lo separó de sus hermanos y lo puso en una caja de cartón. Arrojó la caja en la parte trasera de una furgoneta y la entregó en la tienda de mascotas del pueblo. El vendedor puso al cachorro asustado en una jaula en la ventana. Iban a cerrar en una hora, pero era Nochebuena y siempre había la posibilidad de una venta de última hora.
* * *
Tom estaba desesperado. Toda la tarde había estado buscando un ‘Puppo’. El cachorro robot era el regalo obligatorio de este año y Emilita, su esposa lo había estado avisando durante semanas para que consiguiera uno antes de que se agotaran. Se estremecía y trataba de no pensar en el berrinche que su hija de seis años, Florita, iba a coger cuando se diera cuenta de que tendría que pasar la Navidad sin Puppo.
La tienda de mascotas era la última oportunidad de Tom. El triste cachorrito Boxer en la ventana no se parecía en nada a un Puppo, y un animal de verdad sería un pobre sustituto del robot canino, pero Tom estaba desesperado.
“¿Cuánto cuesta ese cachorro en la ventana?” preguntó.
“Ah, sí. 600 €” respondió el vendedor.
“No, demasiado caro para mí” pensó Tom moviendo la cabeza.
El vendedor miró su reloj y luego al cachorro…
“Mira, es Navidad y veo que estás desesperado, así que te lo dejo a mitad de precio.”
“Gracias. Me quedo con el cachorro” contestó Tom agradecido.
* * * *
Justo al otro lado de la carretera estaba Anabella esperando en el veterinario, y conteniendo las lágrimas. A su lado estaba Paco, su podenco de catorce años. Ella había estado rezando para que pudieran pasar otra Navidad juntos, pero él estaba sufriendo mucho. Era hora de que Anabella se despidiera de su mejor amigo.
Cuando el veterinario llamó su nombre, ella entró con Paco a la consulta. La enfermera era muy amable. Abrazó a Anabella y le dijo que estaba haciendo lo correcto.
Anabella tenía a Paco en sus brazos y estaba acariciando su cabeza mientras el veterinario le puso la inyección. Este miró a Anabella, le lamió la nariz por última vez, y se fue tranquilo.
* * * *
Día de Navidad. Tom se despertó temprano por un fuerte grito. Bajó las escaleras corriendo y encontró a Emilita mirando con incredulidad el caos en la sala. Los regalos estaban rotos y los contenidos tirados y dispersos por toda la habitación.
Florita estaba persiguiendo al cachorro y gritando muy alterada.
“Saca a ese perro ahora mismo de aquí!” gritó Emilita.
El boxer ladraba sin parar.
“¿Por qué demonios lo compraste sin preguntarme?” le preguntó Emilita. “¿Quién va a cuidarlo? ¿Y sacarlo a pasear? ¿Y llevarlo al veterinario?
Tom se encogió de hombros: tenía razón. Emilita se fue a la cocina. El cachorro corrió hacia arriba a la habitación de Florita y se escondió debajo de su cama. Toda esta emoción lo había agotado. Necesitaba un descanso, pero la niña quería más. Lo agarró por el rabo y lo arrastró hacia fuera. Él chilló de dolor y le mordió la mano. Florita corrió a la cocina y entre lágrimas le mostró a su madre las marcas de los dientes.
“Esto ya es el colmo. Ya he tenido suficiente!” gritó Emilita. “O se va ese perro, o lo hago yo.”
Tom cogió al boxer y lo llevó al trastero … y ahí es donde se quedó, todo el día y toda la noche, solo, escuchando a la familia comiendo, bebiendo y discutiendo.
* * * *
El día de Navidad de Anabella comenzaba con su paseo habitual en el parque. Como de costumbre cogió la correa de Paco, tal como había hecho cada mañana durante los últimos 14 años… pero moviendo triste la cabeza se dió cuenta que ya no la necesitaba.
Los otros paseadores de perros eran amables con ella, pero parecían sentirse incómodos al verla sin Paco. Ella entendió por qué. No hacía falta recordarles lo rápido que pasa la vida de un perro y ellos sabían que nada podía aliviar su dolor.
Ella se pasó el día viendo películas, comiendo helado, y mirando fotos viejas de Paco, evitando Facebook y todas las imágenes de personas felices. Se tomó unas copas de vino intentando olvidar. Luego se fue a la cama y se durmió llorando.
* * * *
El segundo día de Navidad. Tom se despertó por el llanto que salía del trastero. Abrió la puerta y trató de no vomitar del olor. El cachorro había hecho lo que cualquier perro hubiera hecho: aliviarse como pudo.
Eso le superó. Tom agarró al cachorro y lo metió de nuevo en la caja de cartón. Luego buscó la dirección del refugio de animales más cercano y fue directamente hasta allí. Estaba cerrado cuando llegó, pero eso era bueno. No tendría que hablar con nadie, ni justificarse, ni sentirse culpable.
Dejó la caja por fuera de la puerta, con una nota:
“No puedo quedarme con este perro. Se mea y caga dentro de casa y mordió a mi niña.
* * *
Ese mismo día más tarde Anabella también visitó el refugio. Ella había adoptado a Paco allí y sacar a algunos perros a dar un paseo podría ayudarla a superar su ausencia. La directora, Marion, la saludó con una caja de cartón en sus manos. Debe ser un regalo, pensó Anabella, sintiéndose culpable por no haber traído también ella un regalo.
“Hola Anabella. Feliz Navidad ”
Anabella explicó por qué no había sido tan feliz para ella.
La abrazó y le dijo que el refugio estaba lleno de perros que habían sido abandonados durante las vacaciones.
“Este pobre cachorro fue abandonado por fuera hace tan solo unas horas” señalando a la caja de cartón. “Mira su patética excusa…” y le entregó a Anabella la nota.
Anabella la leyó y se quedó perpleja. Se acercó a la caja, sacó al cachorro y lo puso delante de su cara. Se miraron el uno al otro…
… y algo extraordinario sucedió. Una chispa pasó entre ellos, una conexión, como el amor a primera vista – dos extraños mirándose a los ojos y dándose cuenta, de inmediato, que son almas gemelas. Amor y desamor – los dos lados de la misma moneda.
“La gente piensa que los perros son como juguetes que pueden tirar cuando se aburren de ellos”, dijo Marion enfadada. “Un perro es para toda la vida, no sólo para Navidad.”
Anabella asintió. El cachorro le lamió la nariz y la tristeza comenzó a desaparecer, como un muñeco de nieve cuando se empieza a derretir.
“Tienes razón”, respondió ella y éste va a pasar el resto de su vida conmigo.
Nikki y Richard Attree